El arte de rechazar una novela

26 Jul

camilien-roy-el-arte-de-rechazar-una-novela-l28-D_NQ_NP_252601-MLA20362721096_072015-F (1)“Mi querido amigo. Su novela es buena y es original. Lamentablemente la parte que es buena no es original. Y la parte que es original no es buena”. La frase es de Samuel Jonhson y la recordé al leer por estos días El arte de rechazar una novela, libro escrito por el canadiense Camilien Roy, publicado originalmente en 2007.

El argumento del libro es simple: cansado de fracasar, el personaje-narrador imaginado por Roy, decide compartir con los lectores las 99 cartas de rechazo que ha recibido por los editores a lo largo de años de intentos frustrados de publicar su novela.

 

Lo que encontramos en El arte de rechazar una novela es la supuesta transcripción literal de estas cartas, escritas desde los más diversos, y a veces absurdos, registros: sarcástico, directo, demoledor, maternal, lírico, burócrata, etc., representando una amplia gama de personalidades y de estilos editoriales. Veamos algunos ejemplos:

Optimista

Señor: Vamos, vamos no ponga esa cara. Por un manuscrito rechazado, hay diez que se publican. Ya se lo figuraba, ¿no? No es el fin del mundo y no es el primero a quien esto le sucede. Evidentemente, al principio uno se ofende un poco y el orgullo acusa el golpe. Pero no hay que dramatizar, de veras […] Vamos anímese y vuelva a coger la pluma. La vida es hermosa, usted es capaz de hacerlo mejor. Hasta la próxima, pues estoy seguro, de que usted nos presentará una pequeña obra maestra.

Demoledor

Señor: Siento muchísimo tener que decírselo, pero su manuscrito es nulo. Esa historia de amor imposible es de una tristeza apabullante. La pareja, que se hace y se deshace en cada capítulo, es casi insoportable. Se diría que se aburren hasta cuando hacen el amor […] No, realmente no le salió bien. Hay que olvidarse de la publicación de este manuscrito. Creáme no se hará […] Por lo demás, si se propone perseverar en la literatura, tache el nombre de nuestra editorial de su lista de direcciones […] Intente ahorrarse más humillaciones, destruya el manuscrito usted mismo mientras todavía está a tiempo. ¡Adiós!

Haiku

¡Nace un manuscrito!

Las palabras, frágiles, despiertan.

La espada se alza y mata.

Palabrería

Muy estimado señor: Hemos leído con interés el manuscrito que nos ha propuesto para su publicación. Lamentablemente, bla bla bla bla bla bla bla bla bla. Aprovechamos la ocasión para reiterarle bla bla bla bla bla bla bla sincera.

***

El libro en nuestras manos tal vez sea producto de una paradoja. Imaginemos que Roy en realidad escribió una novela (no necesariamente aquella de argumento melodramático que el narrador del libro habría escrito) y enfrentó varios rechazos editoriales hasta que desistió de publicarla, algo por lo demás bastante común en el medio literario. Pero el proceso de intentar su publicación y la manera en que los editores “educadamente” le decían que no, una y otra vez, le dio la idea o la motivación inicial para escribir justamente El arte de rechazar una novela, manuscrito, como queda evidente, que fue aceptado para su publicación por un editor.

En cierto sentido, el libro de Roy narra un fracaso, pero al hacerlo consigue lo que finalmente buscaba: ver su libro publicado por una editorial. Un rasgo que parece repetirse en varias obras recientes, aunque con matices distintos: la imposibilidad de escribir (en el caso de Roy sería la de publicar) que al mismo tiempo se torna la propia posibilidad de la escritura (pienso en La novela luminosa de Levrero, o en el diario de Julio Ramón Ribeyro). Es la narración de un fracaso o la narración de una aparente imposibilidad lo que finalmente configura la obra.

Por otro lado, y desde un punto de vista absolutamente práctico, el libro puede convertirse en una herramienta eficaz para quienes trabajamos en el mundo editorial y tenemos con frecuencia la desagradable tarea de rechazar un texto y acabar con los sueños de algún escritor o escritora sobre su amada y mal comprendida obra.

En mi caso particular, si no tuviera miedo de un autor vengativo con tendencias asesinas, escogería el estilo Sarcástico:

Señor: Nos sentimos muy felices de que haya pensando en nosotros para publicar. Nos cuesta reprimir la necesidad de comunicarle nuestras impresiones. Si la calidad de su manuscrito sólo tiene parangón con la estima que usted profesa a nuestra casa, no puedo ni imaginarme la suerte que reserva a los que desprecia. De verdad, no hay que ser tímido. En cuanto tenga algo terminado, envíenoslo. Nuestro comité de lectura se muere de impaciencia por volver a sumergirse en otra de sus “obras maestras” […] Ahora que lo pienso, no se preocupe por las correcciones. Las faltas de ortografía, los errores gramaticales, la sintaxis que deja mucho que desear: no se preocupe, haremos lo necesario. ¿Por qué no? Nuestra correctora estará encantada de quemarse las pestañas descifrando su dialecto, le servirá de práctica. Ahora, escúcheme bien. Si puede tomarse unos segundos de su precioso tiempo y consultar nuestro catálogo, comprenderá quizá que no tenemos un minuto para perder con su novela edulcorada. Háganos el favor de no volver a enviarnos nunca nada más.

 

 

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