El escritor, la fama y el anonimato. El caso de Archimboldi*

3 Mar

Shia-LaBeouf-Rock-The-Kasbah_MEDIMA20140328_0108_5“Los escritores perdieron su lugar como héroes culturales.

Pero, ¿por qué no pueden al menos competir con las estrellas pop en su campo? ¡Promovamos los escritores como sexys y fabulosos!”

Manifiesto de la Revista Canteen.

            Balzac en Ilusiones perdidas observó que el mayor problema a resolver para el artista es como ser notado. En un artículo del New York Times, el historiador y escritor de libros de viaje Tony Perrottet, recuerda algunas estrategias usadas por los escritores a lo largo de la historia para auto-promoverse. Entre ellas el globo de aire caliente que Maupassant mandó sobre el Sena en 1887 con el nombre de su historia más reciente, Le Horla; o las anónimas y exaltadas reseñas que el propio Walt Whitman escribía sobre sus libros: “An American bard at last!”, diría Whitman sin un ápice de falsa modestia. Gore Vidal, famoso por sus frases ingeniosas, dejó esta evidencia sobre sus técnicas de autopromoción: “Nunca pierdo la oportunidad de tener sexo y aparecer en TV”.

Mas cerca nuestro, en 2010, la escritora brasileña Paula Parisot pasó siete días confinada en una caja de acrílico de 3 por 4 metros en una librería en São Paulo para promover su novela Gonzos e parafusos. Uno de los invitados y parte integrante del performance fue su maestro Rubem Fonseca, escritor famoso por su reclusión. Fonseca pasó casi tres horas en la librería. Ayudó a servir el desayuno para su pupila y, pareciendo fascinado, le susurró a través del vidrio algunas palabras cariñosas: «Tienes que comer, ¿no?»; «Estás tan flaquita»; «No llores, mi bien».

La imagen de Fonseca y Parisot me llevó a pensar en la tensión entre el deseo de reconocimiento de una joven escritora y el deseo de anonimato del escritor consagrado. Una problemática que parece hacer parte, por otro lado, de la fascinación literaria de nuestra época y que está asociada a la cuestión del silencio y a una cierta crisis de la literatura. Pienso, por ejemplo, en novelas como Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas y El escritor comido del argentino Sergio Bizzio, o desde un registro ensayístico, como El libro tachado – Prácticas de la negación y del silencio en la crisis de la literatura de Patricio Pron, que también rastrea cuestiones vinculadas a la desaparición del autor en la tradición literaria de occidente.[1]

Aquí conecto el tema con la figura de Archimboldi, protagonista de la novela 2666 de Roberto Bolaño. Ejemplo del escritor oculto, aquel que escapa de la fama. El misterio rodea la figura de Archimboldi en la primera parte de la novela. Nadie sabe nada sobre su vida: ni los críticos, ni sus editores, ni los lectores. Sus libros aparecen sin fotos en la oreja, sus datos biográficos son mínimos (escritor alemán nacido en Prusia en 1920), su lugar de residencia permanece desconocido.

Archimboldi llama la atención por contraste en una época en la cual el escritor aparece como una superestrella, una época de exposición de la intimidad tan acentuada como la nuestra. Y su figura dialoga con el énfasis en la obra de Bolaño por una cierta ética del fracaso, una fascinación por los escritores desconocidos, por la posibilidad, siempre latente, de escribir una gran obra y no tener reconocimiento. El crítico español Ignacio Echeverría definiría esa fascinación como el “vértigo de la literatura incumplida”.

¿Será que ese camino de super-exposición seguido por la mayoría de los escritores contemporáneos estaría perjudicando a la literatura? Parece que esa es la opinión de Enrique Vila-Matas que en un texto titulado, Música para malogrados, escribe: “En el preciso instante en que los escritores empezaron a ser vistos se malogró todo”. Y en otro lugar, recordando a Bolaño, Vila-Matas apunta para el momento de felicidad del escritor antes de la fama: “[…] cierto periodo de felicidad de algunos artistas, de gloriosos días sin gloria vividos antes de haber oído hablar del mundillo literario, de las envidias, de los egos y el mercado: días en los que esos artistas fueron misteriosos y antisociales […] A veces, el tiempo de silencio es el paraíso de los escritores”.

***

             En 2666, Hans Reiter conversa con Ingeborg, su mujer, en su pequeño apartamento de Colonia después de terminada la Segunda Guerra. La pareja discute los motivos que lo llevaron a escoger un seudónimo (Benno von Archimboldi) para intentar publicar su primera novela, Lüdicke. Reiter quiere pensar que lo hizo para protegerse de una posible investigación por el asesinato del funcionario nazista Leo Sammer. Ingeborg no le cree y le dice con una enorme sonrisa: “¡Estás seguro de que vas a ser famoso!”. “Hasta ese momento”, escribe Bolaño, “Archimboldi nunca había pensado en la fama […] que cuando no se cimentaba en el arribismo, se cimentaba en el equívoco y la mentira. Además, la fama era reductora. Todo lo que iba a parar en la fama y todo lo que procedía de la fama inevitablemente se reducía. Los mensajes de la fama eran primarios. La fama y la literatura eran enemigas irreconciliables.”

Es también una mujer, la fotógrafa de escritores Brita Nilsson, personaje de esa otra gran novela sobre escritores ocultos, Mao II de Don Delillo, quien relaciona el gesto de ocultamiento a la vanidad del autor o, simplemente, a una personalidad tímida. Mientras que el escritor y personaje central de la novela, Bill Gray, afirma que:  “Cuando un escritor no muestra la cara, se vuelve un síntoma localizado de la famosa reluctancia de Dios a aparecer.”

***

            En un pasaje de la novela 2666 se define la escritura como una sesión de hipnotismo y al sujeto que escribe como un sujeto vacío. ¿No serían los casos de escritores ocultos o reclusos como Salinger, Archimboldi, Pynchon o Bill Gray, ejemplares para desestabilizar de nuevo la tiranía del autor? ¿Ejemplos de la figura de la ausencia y la desaparición? Tal vez en principio, pero lo paradójico es que el gesto de ocultamiento del autor que serviría para que los lectores se concentraran únicamente en la obra y no en su vida, produce el efecto contrario, y el misterio de la biografía pasa a ocupar el lugar central, ocultando la obra atrás de la mitología del silencio y la reclusión del autor. De este modo, hay escritores que alcanzan la fama por su protagonismo público y su autopromoción y hay otros que alcanzan la fama precisamente por negarse a participar del espectáculo mediático contemporáneo.

***

               La literatura de Bolaño parece colocar en escena esta posibilidad: la ausencia de la obra/la preeminencia de la vida. Lo que entra en tensión aquí sería una cierta desaparición del autor y al mismo tiempo un interés reforzado por su vida, sin colocar la obra en el lugar central.

En ningún momento de las más de 1000 páginas de 2666 nos encontramos directamente con la obra de Archimboldi.  Conocemos sus títulos, sus temas y algunas características de su estilo. Sabemos lo que piensan los críticos y las disputas interpretativas a las que ha dado lugar. Pero la obra como tal nunca aparece. Lo que aparece es la vida de Archimboldi, los detalles de su biografía: desconocida para sus lectores en la ficción, pero conocida para nosotros, sus lectores reales, convertida en materia de la ficción.

Archimboldi parece encarnar muchas de las características tan positivamente vistas por Bolaño: la valentía; la soledad; la decisión de mantenerse en el anonimato, lejos del mundillo literario, lejos de los centros de poder; la vida errante y a la intemperie; el compromiso radical (casi sacrificial) con la literatura.

Esa sería también la auto-figuración del escritor, la imagen con la cual Bolaño quería ser recordado. Pero la tensión entre ese ideal de anonimato y el deseo de reconocimiento marca también su propia biografía.

En ese triángulo formado por la presión del sistema literario institucionalizado, el deseo de fama y la resistencia aún posible en la literatura parece debatirse nuestro escritor contemporáneo. Ir a cocteles, auto-promoverse en Facebook, en Twitter y en Instagram, ir a eventos literarios e talk shows, participar de ensayos fotográficos,[2] “emborracharse de vez en cuando con los otros escritores” (como me recomendó muy seriamente una agente literaria carioca para el éxito de mi carrera como escritor) o, por el contrario, alejarse del mundo, continuar escribiendo en el anonimato sin esperar nada a cambio: ningún reconocimiento, ninguna fama.

***

              Cerca del final de 2666, la baronesa Von Zumpe, ahora encargada de la editorial que publica los libros de Archimboldi le dice que sería el momento de dar una entrevista: “Ahora eres famoso”, dice la baronesa, “una colectiva no estaría mal. Tal vez un poco excesiva para ti. O al menos una entrevista exclusiva a algún periodista cultural de prestigio”. “Solo en mis peores pesadillas”, responde Archimboldi.

 

*  Texto publicado originalmente en el Jornal Rascunho de Curitiba, N. 226, Febrero de 2019.

 

Notas:

[1]El tema fue discutido por el escritor brasileño Joca Reiners Terron en un artículo publicado en septiembre de 2014 en el suplemento literario del diario Folha de S. Paulo. El artículo llevaba por título: “O escritor devorado: a catástrofe do sumiço do autor” [El escritor devorado: la catástrofe de la desaparición del autor].

[2]El epígrafe del texto fue tomado precisamente de una materia de la revista Canteen de Nueva York, titulada Hot Authors, que presentaba sensuales ensayos fotográficos con escritores y escritoras norte-americanas. También en Brasil los escritores Antônio Xerxenesky y Luisa Geisler participaron de ensayos fotográficos para la revista Vogue luciendo artículos de Ermenegildo Zegna, Osklen y Converse.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: