Si O Púcaro Búlgaro existe, entonces Campos de Carvalho tendrá que fatalmente existir. Este es el único punto en el cual parecen estar de acuerdo los que niegan y los que defienden la existencia de este entrañable escritor, nacido el primero de noviembre de 1916 en Uberaba, una pequeña ciudad al suroccidente del Estado de Minas Gerais, en Brasil.
Mi primer encuentro con el autor ocurrió en enero del año 2005 cuando mi amigo, el librero carioca Daniel Chomski, me regaló un pequeño librito titulado O Púcaro Búlgaro firmado por un tal Campos de Carvalho. El título llamó poderosamente mi atención por no tener la más mínima idea sobre lo que significaba la palabra púcaro y menos aún esa combinación estrafalaria: Púcaro Búlgaro.
Después de una lectura minuciosa de la obra no logré llegar a una conclusión definitiva sobre su tema central, es decir, sobre la eterna incógnita que rodea la existencia o no de Bulgaria y, más terrible aún, la existencia o no de púcaros búlgaros.
Entendí sí que púcaro es una especie de taza o pocillo para beber, pero no me quedó claro si se trataba de una reliquia en porcelana de origen búlgaro o de origen uberaberiano. Pero este hecho, por supuesto, no tiene la menor importancia frente a los profundos dilemas metafísicos, astronómicos y geográficos que la obra conlleva tanto en su interior como en su exterior.
Como el propio narrador aclara al inicio de la obra, esta cuenta la historia de lo que pasó y no se pasó (subrayo esto último), en la famosa Expedición Tohu-Bohu al Fabuloso Reino de Bulgaria. La aventura es encarada por un grupo ejemplar de expedicionarios: el narrador, Hilário, escritor fracasado, filósofo aficionado, admirador de la tataranieta de su vecino y candidato a descubridor de mundos utópicos; el profesor de bulgarología, experto bulgarósofo y gran gastrónomo, Radamés Stepanovicinski; Pernacchio que vivió muchos años al lado de la Torre de Pisa, y que, por supuesto, muestra una clara tendencia hacia la izquierda; Ivo, descendiente en línea directa del sabio hindú que inventó el cero y por este motivo heredero de los royalties por el uso de todos los ceros del mundo hasta el fin de los tiempos; Expedito, que fue aceptado de inmediato en la expedición debido a su nombre; y Rosa, empleada doméstica, amante secreta de Hilário y codiciada por los demás expedicionarios, especialmente por el famoso bulgarólogo y bulgarósofo Radamés Stepanovicinski.
Demás está decir que la obra me dejó atónito y estupefacto. No dudé en colocar su autor dentro de esa familia de raros de la literatura, que han existido en todos los tiempos y lugares y que suelen ser un dolor de cabeza para los clasificadores empedernidos, los constructores de enciclopedias, los académicos sin sentido del humor, los dogmáticos de izquierda y de derecha, los padres que se preocupan por la virginidad de sus hijas y demás autoridades políticas, militares y eclesiásticas.
Llevado por mi curiosidad inagotable y mi desocupación permanente, me puse a investigar sobre este curioso escritor brasileño. No fue fácil encontrar datos sobre Campos de Carvalho, pero al preguntar por él me di cuenta que aunque para la gran mayoría de lectores era un desconocido, para la minoría que lo conocía era considerado casi como un Dios o, mejor, un Diablo.
Algunos, de forma evidentemente hiperbólica y usando diversas interjecciones subidas de tono, lo consideraban el mejor escritor brasileño de todos los tiempos. Otros matizaban un poco la afirmación y decían “después de Machado de Assis”. Para un contemporáneo de Guimarães Rosa, el elogio no era nada insignificante.
Walter Campos de Carvalho se formó en la Facultad de Derecho del Largo de São Francisco en São Paulo en 1938 y enseguida entró a la Procuraduría General del Estado. Trabajó para la procuraduría hasta jubilarse a los 56 años, en 1969. Trabajó también como colaborador de algunas publicaciones anarquistas y del Diario Estado de São Paulo, cumpliendo una función peculiar: escuchaba las radios inglesas durante la segunda guerra. Años después volvería al periodismo como colaborador del diario de humor político O Pasquim. A inicios de los años 50 fue una semana a Río por cuestiones de trabajo y se quedó por 25 años. Después cambió la ciudad por una casa de campo en Petrópolis, cerca a la capital carioca. Volvería a São Paulo durante los últimos años de su vida.
Comenzó a publicar en 1941 con un libro de ensayos humorísticos titulado Banda Forra (expresión usada en el pasado en Brasil para referirse al esclavo que conseguía juntar un pequeño capital para comprar parte de su libertad. Campos de Carvalho quería referirse con este título al hecho de que su primer libro es producto de las horas extras que podía robarle a su trabajo burocrático en la Procuraduría). En 1954 publicó la novela Tribo, ambos libros renegados por el autor y actualmente casi imposibles de encontrar. Sus principales novelas salieron a la luz pública entre 1956 y 1964: A lua vem da Ásia en 1956; Vaca de nariz sutil en 1961; A chuva imóvel en 1963 y O Púcaro Búlgaro, su novela predilecta, y para muchos la mejor, en 1964.
En 1965 aparece una pequeña novela, también renegada después por el autor, titulada Espantalho habitado de pássaros. Entre 1974 y 1975 el autor publica algunas crónicas periodísticas y después cae en un silencio literario absoluto por 23 años, hasta el día de su muerte, el 10 de abril de 1998, cuando cae en un verdadero silencio absoluto.
Preguntarle a un escritor por qué dejó de escribir es casi lo mismo que preguntarle por qué empezó a escribir. Hay tantas respuestas como hinchas del Flamengo o de Millonarios. Rulfo decía que porque se le había muerto un tío que le contaba las historias. Campos de Carvalho dijo alguna vez que había dejado de escribir porque se había peleado con su editor. El caso es que el silencio del escritor es un fenómeno que atrae y seduce y que muchas veces se vuelve más importante que su propia obra. Algo de esto existe en la mitología que rodea la figura de Campos de Carvalho en Brasil. Se sugieren hipótesis emocionales, problemas personales, descontento por su recepción crítica (la cual, dicho sea de paso, no fue tan negativa ni ausente en los años 60 y 70), falta de inspiración, etc.
El propio Carvalho decía que la aparición del diablo había sido fundamental para su vocación de escritor: “Soy uno de los pocos suramericanos que ya vieron el diablo en persona, es decir, en carne y hueso – a las cuatro y quince de la mañana – y lamento apenas que no haya vuelto a encontrarlo nunca más. Fue hace cerca de siete años, dentro de mi cuarto en penumbra, y lo vi nítidamente recostado en la pared, sonriéndome como sólo el diablo sabe sonreír a los suyos en hora tan propicia. La visión duró unos treinta segundos, y decidió para siempre mi destino como escritor y sobre todo como hombre, pues ni por un instante se me ocurrió la hipótesis de estar durmiendo o ser víctima de alguna alucinación.”
Es posible, se me ocurre ahora, que una nueva aparición del diablo o, por el contrario, la ausencia de su manifestación, haya hecho con que Campos de Carvalho dejase de escribir.
El hecho es que su obra es de una potencia literaria increíble (Jorge Amado dijo que su obra tenía una potencia danada, que en buen español castizo quiere decir algo así como una potencia la hijueputa). Una obra excéntrica, fuera de los patrones convencionales de su época. Surrealismo, humor negro, nonsense, son categorías que la crítica ha usado para describirla. Una obra que no ha perdido su actualidad, a pesar, o precisamente, porque Carvalho creía que a principios del siglo XXI el mundo no tendría más sentido.
La calidad de su obra, unida al mito que se creó alrededor de su figura anárquica y de su silencio creativo, hicieron de Carvalho un escritor de culto, con todas las características que esto conlleva: sus libros son difíciles de encontrar, no existe en las antologías y cánones literarios, posee un séquito de admiradores fanáticos, hay pocas traducciones de sus obras** y nunca hizo parte de las listas de libros más vendidos de ninguna revista de actualidad, deportes o pornografía.
No tengo duda que sus lectores continuarán fieles a su legado y tal vez, entre ellos, algún iluminado por la vocación de la escritura procure seguir los pasos del maestro, conociendo o desconociendo el rostro y el hálito del diablo.
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