He tenido a lo largo de mi vida dos pasiones fundamentales: el fútbol y la literatura. Ambas me ayudan a encontrar un sentido para la existencia o por lo menos a olvidar por momentos la incertidumbre y las dudas metafísicas que me persiguen a diario, para instalarme en un espacio paralelo, un mundo que está más allá de la realidad inmediata, una suspensión de la cotidianidad y del acompañar los segundos hacia la nada. En ambos espacios puedo encontrar la felicidad, aunque a veces sea una felicidad frágil y pasajera, pero también la tristeza y la decepción. Un buen libro como un buen juego me dejan en un estado eufórico y casi místico. Una imagen de una novela, una frase, un diálogo inteligente, así como una pared en la entrada del área grande que termina en gol o un pase perfecto desde la mitad de la cancha que deja al delantero mano a mano con el arquero, pueden conducirme a momentos de iluminación o epifanía. Pero una mala novela, o un gol en el último minuto que elimina a mi equipo de La Libertadores suelen dejarme deprimido y con una rabia profunda que me carcome las entrañas y que tarda buen tiempo en desaparecer.
Ambas prácticas hacen que me libere de ciertos miedos, por ejemplo, la celebración de un gol es uno de los pocos momentos de comunión con los demás que me permito, pues por lo general soy individualista y solitario y odio los grupos y las multitudes. La única excepción que hago es la de ir al estadio y una vez dentro me compenetro con la masa de aficionados y me olvido de mis fobias y mis prejuicios para abrazar calurosamente a otros hombres sudados y con el rostro deformado por un rictus de alegría desenfrenada o para insultar o maldecir a un jugador, al técnico o al árbitro y descargar de ese modo toda la rabia y la frustración que nos invade cuando nuestro equipo está jugando mal.
Puedo pasarme todo un día leyendo o viendo partidos de fútbol o intercalando ambas actividades (lo que hago varias veces por semana). En mi caso el fútbol y la literatura aparecen como caminos posibles para aproximarme del espacio esencial del ser humano, donde la medida tradicional del tiempo sufre una alteración y donde el continuo desplazamiento hacia la muerte queda suspendido por un instante y me deja flotando en una dimensión extraña que no está ni dentro ni fuera de la realidad.
Creo que no podría vivir sin fútbol y sin literatura. Un día sin leer una página de literatura o un domingo sin fútbol (especialmente un domingo con toda su carga de depresión y angustia) son para mí como anuncios del apocalipsis o señales previas del suicidio.
Ambas pasiones comenzaron muy temprano en mi infancia y tengo la certeza de que me acompañarán hasta el día de mi muerte.
Me encantó el relato, sobretodo esta frase: donde el continuo desplazamiento hacia la muerte queda suspendido por un instante y me deja flotando en una dimensión extraña que no está ni dentro ni fuera de la realidad….
Felicitaciones. Un buen texto, me encanto la misma frase de mi antecesor comentarista. Leí todo, saboreando cada frase, cada oración… Cordialmente, Chente.