Cuando supe que Antonio Ungar había ganado el Premio Herralde 2010 con su novela Tres ataúdes blancos me alegré. Para mí Ungar está en el grupo de los mejores escritores de Colombia en la actualidad (digamos en el Top 10). En un artículo anterior sobre literatura colombiana publicado en la Revista Grumo había destacado su prosa cuidada, su énfasis en el detalle, la construcción certera de sus personajes, la profundidad y complejidad de su narrativa. Elementos que confluyen en una novela como Zanahorias voladoras y en algunos de sus cuentos. Infelizmente nada de esto encontré en mi lectura de Tres ataúdes blancos. Y no se trata del viejo prejuicio literario contra el thriller o el policial. Afortunadamente no sufro de esta enfermedad académica crónica.
Escribo aquí para tratar de entender por qué no me gustó la novela después de unas primeras páginas excelentes. En primer lugar, como decía antes, porque me esperaba otra cosa, porque sentía que la literatura de Ungar era diferente, una alternativa intimista o a veces próxima de lo fantástico, alejada de las tendencias de moda en el campo literario actual, al menos en Colombia (léase género sicaresco* y afines). Pero esa no es razón suficiente.
Haciendo a un lado esta primera decepción de tipo sentimental creo que la novela tiene varios problemas internos, en algunos casos problemas de coherencia del relato, exceso de estereotipos, falta de complejidad sobre el tema tratado y falta de profundidad en la construcción de los personajes.
A grandes rasgos, la historia de la novela es la siguiente: el principal líder de la oposición política de un país latinoamericano fictício llamado Miranda es asesinado por órdenes del presidente que está aliado con la mafia y el poder económico para perpetuarse en el poder. Algunos dirigentes próximos del carismático líder de oposición aprovechan que la notícia de su muerte no ha sido confirmada públicamente y reclutan al protagonista de la historia, un tipo medio vagabundo, fracasado y alcohólico que se parece asombrosamente con el líder asesinado para que se haga pasar por él. La novela narra las peripecias que enfrenta este personaje para encarnar al líder y continuar la contienda electoral, y todas las artimañas del poder establecido para intentar acabar con su vida y la de sus colaboradores. Se incluyen persecuciones, masacres, bombas, complot político, traiciones y la tradicional historia de amor.
El argumento podría dar una buena novela (a pesar de ser un tema bastante conocido y trabajado por la ficción) pero siento que Tres ataúdes blancos se queda en un terreno ambigüo entre lo humorístico, el thriller político y la novela seria de denuncia política. No llega a ser una alegoría pues las referencias son demasiado cercanas al estereotipo de la realidad que se ha construido y repetido hasta el cansancio sobre las repúblicas bananeras (corrupción, violencia generalizada, etc.) Pero tampoco creo que se alcanza el efecto humorístico y paródico. Aunque el narrador no es ingenuo y reconoce los clichés narrativos a medida que los utiliza, no logra transformarlos o sacarles buen provecho estético. Es realmente, como dice el narrador en algunos momentos, como si estuviéramos viendo una mala película gringa con todos sus estereotipos sobre el tercer mundo, donde los protagonistas hacen chistes estúpidos cuando están a punto de morir o asesinar a alguien.
Si lo que se pretendía era la denuncia política de un sistema corrupto y asesino, me parece que a la novela le falta fuerza y complejidad narrativa y la intención se queda en un retrato superficial donde los buenos son demasiado buenos y los malos demasiado malos. Lo cual, por otra parte, no estaría mal si se tratara de una sátira o una parodia pero creo que ahí es donde falla la estrategia pues hace falta una mayor exageración y ridiculización de los personajes y de la trama para crear una obra verdaderamente carnavalesca, violenta y absurda (sé que la comparación es injusta pero me vino a la mente el cuento El fiord de Osvaldo Lamborghini).
Días antes de leer Tres ataúdes blancos había leido Los ejércitos de Evelio Rosero, otra novela que tiene como temática central la violencia y no pude dejar de sentir la distancia en relación al cuidado de la escritura, a la complejidad en la construcción de la historia y del personaje central y a la profundidad de su abordaje. Ambas novelas ganaron premios europeos importantes lo cual nos dice algo también sobre la persistente preferencia metropolitana a premiar obras periféricas siempre y cuando traten temas de violencia, corrupción o pobreza o perpetúen los estereotipos folclóricos sobre el tercer mundo. Aquí, por supuesto, no estoy criticando la calidad superior o inferior de las obras propiamente, sino los prejuicios de un determinado tipo de lectura, como si para juzgar las obras de los latinoamericanos se impusieran generalmente criterios políticos o sociales, antes que estéticos o formales.
Tal vez me equivoque en el caso de Tres ataúdes blancos. Tal vez no entendí el “juego literario complejo y fascinante” de la novela como dice en la contracarátula de la edición de Anagrama. Me gustaría escuchar otros lectores y opiniones al respecto. De todos modos seguiré esperando la próxima novela de Ungar como un lector adicto que busca recuperar un antiguo placer.
* Sicario es el nombre que reciben en Colombia los asesinos a sueldo asociados generalmente a los carteles del narcotráfico.
Coincido con el comentario, tratándose de un tema que desgraciadamente está muy arraigado en nuestros países latinos, (política y corrupción) esperaba algo más estético y más interesante, algo que no quieras terminarla porque está demasiado buena. Una decepción para mí.