El poeta del abismo

2 Oct

Nació en Santiago a finales de abril de 1953. El mismo año en que murió Stalin y Dylan Thomas, personajes que aparecían en sus sueños, sentados a una mesa pequeña y redonda, en un bar de Ciudad de México, luchando para ver cuál de los dos aguantaba más bebiendo (Dylan Thomas whisky y Stalin vodka).

De niño vivió en Valparaíso, Quilpué, Cáuquenes y Los Ángeles. De esos años guardaba la imagen de su abuela, llevándolo de la mano por algún desierto iluminado de Chile.

Aprendió a leer sin ayuda de nadie a los tres años. A los siete escribió sus primeros cuentos que trataban de pollos y gallinas. Por esa época el médico de la familia le advirtió a sus padres que el niño era adelantado intelectualmente pero que corría el riesgo de estancarse a una determinada edad y no avanzar más. Sus padres, preocupados, le quitaron los lápices, las revistas, los libros, pero él comenzó a escribir con el dedo en la tierra. Escribía repetidamente la palabra patio.

Su madre era profesora de matemática, su padre era transportista y boxeador. Tal vez de ahí su espíritu provocador y bélico, aunque en sus últimos años de vida estuvo prohibido de pelear por recomendación médica.

En 1968 se fue a vivir a México y México nunca lo abandonó, por lo menos el México mítico e idealizado de su juventud, el México nocturno y marginal que respira en las páginas de sus novelas, cuentos y poesías.

Comenzó por escribir textos dramáticos pero los quemó todos en una hoguera improvisada en el centro del DF. Después escribió poesía y nunca dejó de hacerlo. Siempre se vió a sí mismo como poeta, aunque su fama sea la de novelista. En realidad, sus novelas y cuentos son una forma de recrear el acto poético.

Fue infrarrealista, comunista, trotskista, pero su espíritu contestario le impedía ponerse de acuerdo con alguien más que no tuviera la sangre de aquel que escribió Los detectives salvajes.

Fue a Chile a hacer la revolución, pero se encontró con el horror de la historia. Se alistó en la resistencia – una resistencia frágil y absurda. Fue preso en una carretera del desierto por la extrañeza de su acento y unos jeans de marca extranjeros. Dos amigos de infancia lo reconocieron y lo dejaron ir. Volvería a Chile más de 20 años después.

En México se enamoró de una poeta estadounidense que lo dejó con el corazón destrozado. Buscó la épica en viejas películas de Sam Peckinpah, en los libros de Borges y de Mark Twain. Como Alejandra Pizarnik escribió todo el tiempo como quien con un cuchillo alzado en la oscuridad.

De no haber sido poeta hubiera sido detective de homicidios para volver al lugar del crimen y no asustarse con los fantasmas. Proclamaba el valor de decir las cosas que otros se callan. Por eso admiraba a Lemebel y a Rey Rosa.

Sabía del infierno que se esconde en la boca negra del florero de los poetas. El infierno que observaba con melancolía Pedro Garfias en su exilio mexicano.

Viajó por varios continentes, perdió países, mezcló acentos, confundió las palabras y las frases. A veces hacía hablar a un mexicano como español y a un español como un chileno. Decía que la patria de un escritor era su lengua, su biblioteca y sus amigos.

Al sur de España encontró finalmente una casa y ganó una familia a la que pedía la protección de los dioses de su biblioteca.

Sabía perfectamente que la literatura no sirve para nada y dió su vida por ella.

En las paredes de la ciudad aparecieron grafitis reclamando un hígado para el poeta. Pero no hubo tiempo. Ahora debe estar escondido debajo de la mesa donde escribe Cortázar, o espiando atrás de una estante de la biblioteca de Borges o de Bioy o de Bustos Domecq, esperando a Nicanor Parra para hacer chistes como dos fantasmas o como la sombra de dos fantasmas por las calles de Santiago.

Murió con los dedos sobre el teclado de un viejo computador blanco, cerca a la primera o la última piedra de la costa brava.

La última palabra que escribió fue México.

2 respuestas hasta “El poeta del abismo”

  1. antoniomarcospereira octubre 2, 2011 a 21:14 #

    Clap, clap, clap.

    Honor thy Author é isso aí.

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