Me parece estar ahí todavía: la pared blanca y las letras rojas, todas en mayúscula con una caligrafía perfecta. No sé por que las vi. Podría haber pasado por la calle y no desviar la mirada. Pero levanté los ojos y leí aquellas palabras que serían el principio de la peor pesadilla de mi vida: “No vas a terminar Kocynski”. Tuve un sentimiento extraño, mezcla de incredulidad y risa nerviosa. Aunque al instante me tranquilice: podía ser tan sólo una coincidencia. El mensaje podía ser para otro, no necesariamente para mí, pese a estar por terminar mi proyecto.
Aquella tranquilidad, sin embargo, sería pasajera. Me subí a un bus momentos después y aunque seguía un poco nervioso, el suceso empezaba a parecerme divertido. Me quedé un rato largo mirando por la ventana, sin pensar en nada, cuando de pronto oí una mujer que lloraba en el radio: Tranquila, le decía el locutor, trate de calmarse y nos dice para quién es su mensaje. La mujer sollozaba, parecía como si alguien estuviera junto a ella obligándola a hablar. Es para Ferenc Kocynski… ¡Te van a matar! Después se escuchó el golpe del teléfono, el locutor dijo algo que no recuerdo y mandó a comerciales.
Sentí naúseas, empecé a mirar a mi alrededor como un desesperado. La gente del bus seguía como si nada estuviera pasando. ¿Está bien?, me preguntó la señora que iba a mi lado. No pude contestar, me bajé del bus en la siguiente estación y empecé a correr. Por un momento no supe dónde estaba. Poco a poco me fui calmando e identifiqué el lugar. Tenía que llamar a alguien.
Entonces llame a Piotr y ahora me arrepiento de haberlo hecho. Le dije que estaba en la plaza Minin y que necesitaba ayuda. Piotr llegó en quince minutos que a mí me parecieron una eternidad. Entramos a un café en un costado de la plaza y le conté lo que había pasado. Piotr me conocía bien, sabía que esta vez no estaba bromeando. ¿Cree que tiene que ver con el proyecto?, me dijo. No lo sé, no tiene sentido, no me imagino que sea una razón para matar a alguien, le dije. Por menos que eso matan a diario, respondió. Tenía razón. Casi no había acabado de hablar cuando oímos un disparo y luego gritos que venían de la plaza. Salimos con el resto de la gente del café. Había un hombre tirado en el suelo, junto a la estatua de Chkálov. Una mancha de sangre crecía a su lado. Llevaba una camisa blanca estampada con una fotografía. Nos acercamos un poco más… era mi fotografía. Creo que en ese momento perdí el sentido.
Abrí los ojos en el apartamento de mi amigo. Tenía un terrible dolor de cabeza. Eran las 9 de la noche y prendimos el televisor para ver si decían algo sobre aquel hombre muerto. Pero no dijeron nada. ¿Qué estaba pasando?, era la pregunta sin enunciar que flotaba en el aire, en el espacio que me separaba de mi amigo, entre nuestras caras con expresiones confundidas.
De repente otra llamada a la locura: todo parecía apenas comenzar. Y ahora un servicio social, decía el presentador del noticiero fingiendo una cara preocupada, el señor Ferenc Kocynski de 37 años de edad se encuentra extraviado, cualquier persona que tenga información sobre su paradero por favor llamar a los teléfonos 453435897 o 455647885. Piotr, creo que instintivamente, apuntó los teléfonos. Yo, poco a poco, iba perdiendo mi capacidad de asombro.
¿Llamamos?, me dijo. Puede ser la única forma de saber lo que está pasando. Yo dejé que interpretara mi silencio. Lo vi marcando los números, hablar con alguien, colgar el teléfono, mirarme a los ojos y salir por la puerta. Desde entonces no sé nada de él. Esa noche no pude dormir: esperaba algo. No sé exactamente qué era lo que estaba esperando. Simplemente esperaba. Los primeros ruidos de la calle me devolvieron a la realidad o a lo que comúnmente consideraba como la realidad. Busqué el papel donde mi amigo había apuntado los números, lo encontré junto al teléfono y marqué. El número que acaba de marcar no existe, repetía la grabación por más que lo intentara una y otra vez. Una y otra vez.
En este preciso momento miro por la ventana hacia la calle Pokrovka que se encuentra cerrada por una manifestación. Cientos de personas gritan cosas que no alcanzo a comprender y llevan en sus manos pancartas de diferentes tamaños. Las pancartas tienen mi rostro y mi nombre y una equis atravesándolo de lado a lado.
Ahora no hay nada más por hacer. Me siento junto a la ventana y espero que entren por mí.
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