La autenticidad humana del diario

11 Mar

Anais Nin

Desde hace tres años llevo un diario de forma sistemática. En varios momentos de mi vida llevé un diario o algo parecido (anotaciones en cuadernos o archivos en el computador que se han perdido) pero sólo en estos últimos años se ha vuelto un ejercicio permanente.

En un ensayo titulado El diario íntimo y el relato, Maurice Blanchot se refiere al diario como lugar de salvación, como espacio donde el autor se pone a salvo de la amenaza de la obra, de su indeterminación e incertidumbre. En Virginia Woolf, por ejemplo, el diario aparece como protección contra la locura y el peligro de la escritura. Dice Blanchot: “En Las olas ruge el riesgo de una obra en la que es preciso desaparecer. En el espacio de la obra todo se pierde y tal vez la propia obra se pierda. El diario es el ancla que raspa el fondo de lo cotidiano y se agarra a las asperezas de la vanidad”. La paradoja del diario es que es escritura pero también huida de la escritura.

Pienso ahora, después de leer el ensayo de Blanchot, que el diario también me sirve de refugio para la escritura. Refugio porque escribo en el diario y puedo satisfacer la pulsión de escribir, pero no escribo la obra (la novela o los cuentos).

Poco a poco la escritura del diario va creando una adicción, una necesidad física y espiritual. La ansiedad me domina cuando pasan varios días y no puedo sentarme a escribir sobre los eventos insignificantes de mi vida. Como si con ese registro dejaran de ser insignificantes y se convirtieran en algo más consistente, duradero y trascendental.

Sin embargo, en esa aparente intranscendencia y superficialidad del diario parece brillar por momentos lo inaprensible de la existencia. Como dice Alberto Giordano, en la lectura de los diarios es posible experimentar de forma quizás más próxima que en cualquier otro género literario, “el paso de la vida a través de las palabras”.

Para los escritores el diario puede funcionar también como un campo de experimentación de la escritura. Uno de los mejores ejemplos, sin duda, es el diario de Kafka. Repleto de descripciones minuciosas, de historias que comienzan, se interrumpen de improviso y nunca son retomadas. Como si en el diario el escritor hiciera un trabajo de calentamiento, de preparación para los grandes combates con su novela, o con sus cuentos. O simplemente como espacio para dejar fluir la escritura sin límites determinados.

Es difícil creer que un escritor escriba un diario pensando que nunca va a ser publicado. Sin embargo, debería escribirlo como si nunca fuera a ser publicado o por lo menos como si este hecho no fuera relevante y no afectara en su escritura. Me interesa un diario cuando recoge lo que el autor no se atrevió a decir públicamente, lo que sinceramente sentía en los momentos de angustia, de tedio o de rabia, lo que se aglomeraba en su interior y lo mortificaba.

Hay diarios de escritores en los que aparece la figura pública del autor y no el sujeto que se esconde detrás de una firma famosa. Diarios pudorosos, pulcros, demasiado correctos. O diarios donde el escritor aprovecha la ocasión para mostrar lo inteligente y sagaz que es. Tiendo a desconfiar de este tipo de diarios. Creo que lo que distingue a un diario verdadero, es precisamente su vulnerabilidad.

Las relaciones entre el diario y la ficción suelen ser problemáticas. El diario puede volverse novela, hay miles de ejemplos, algunos mejor logrados que otros, pero en todo caso creo que hay algo que se pierde en esa transformación. En 1933, Anais Nïn escribió en su diario: “Mi libro (una novela) y mi diario se interponen cons­tantemente el uno en el camino del otro. Me es imposible divorciar­los ni reconciliarlos. Sin embargo, soy más leal a mi diario. Incluyo páginas del diario en el libro, pero nunca pongo páginas del libro en el diario, lo cual viene a demostrar una lealtad humana a la au­tenticidad humana del diario.”

La extrema sinceridad que caracteriza al diario es un obstáculo para que el autor se decida a hacerlo público en vida. El diario puede herir las personas que lo rodean o revelar aspectos de su personalidad que preferiría no reconocer. Un escritor tiene varias opciones para eludir el problema: cambiar los nombres verdaderos, omitir determinados sucesos, modificar el orden cronológico. Pero al hacerlo el diario deja de ser diario, traiciona su esencia y se convierte en otra cosa. Ni mejor, ni peor. Se convierte en ficción.

3 respuestas hasta “La autenticidad humana del diario”

  1. Juan Carlos Sierra marzo 12, 2012 a 17:45 #

    Rafael: Me ha gustado mucho el artículo. Recordé los curiosos diarios que tenía de mis “días oscuros” y que me hacían tener el extravagante sueño de ser equiparables a los diarios de Pizarnik. Cuando los califico de “curiosos” lo hago porque – a pesar de su nombre- yo no los escribía diariamente; sólo en mis momentos de mayor depresión. Reconozco que sí tenían un efecto catártico, una manera de mantener un hilo conductor de aquello que podríamos llamar cordura . Sin embargo, está ese fantasma de querer ser leído algún día, de alguna manera… Un deseo que –tal vez más allá de vana popularidad- llevara a que los otros (los de afuera), vieran en ese yo más íntimo e “inmostrable”, alguien que valía la pena en todas sus dimensiones.

    Ahora no tengo ninguno. Todo lo he tirado a la basura, menos el recuerdo.

    • RafaelGutierrez marzo 12, 2012 a 18:28 #

      Gracias Utama, lástima que los hayas tirado a la basura. Me hubiera gustado leerlos algún día.

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  1. calopsitaescapista - marzo 13, 2012

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