La casa se ha llenado de extrañas criaturas. No sabemos de dónde salen y mientras más matamos, más aparecen. En las noches me persiguen terribles pesadillas kafkianas. Camino por la casa sigilosamente, con miedo de encontrarme una de ellas mirándome a los ojos. Poco a poco han ido apoderándose de lugares estratégicos donde ya no podemos entrar. Estamos siendo expulsados por una fuerza extraña que no conocemos, ni entendemos. Mandamos a fumigar las bodegas que están en la parte posterior de la casa y por unos días llegamos a pensar que la invasión había terminado. Pero como el fénix renaciendo de las cenizas, ellas renacieron del veneno, insuficiente para destruirlas.
Hemos usado algunas técnicas tradicionales y otras modernas para acabar con ellas. Desde la naftalina, hasta un potente veneno con extraños y peligrosos ingredientes químicos, sin pensar demasiado en sus efectos colaterales. Sin embargo, sigue siendo la lucha cuerpo a cuerpo la que da mejores resultados. Armados de un zapato y sin escudo protector, debemos enfrentarlas día tras día, en una guerra que podría no tener fin.
Ayer finalmente perdimos las esperanzas. Se hizo evidente que no estábamos preparados para enfrentar el combate. Nuestras fuerzas nos abandonan con el correr de las horas. El surgimiento de vida no se detiene por más constante que sea la pulsión y la amenaza de la muerte. Hemos decidido deponer las armas y reconocer que nuestro enemigo es más poderoso que nosotros. Debemos abandonar nuestra tierra y huir.
Hoy en la mañana, hemos llamado a la empresa inmobiliaria.
Excelente texto, imposible no pensar en «Casa tomada» de ya sabemos quién. Sencillo pero directo.
Gracias Carlos, también había pensado en Casa Tomada, más un homenaje…
excelente cuento y final,en la guerra contra seres mas fuertes no queda otro camino, esa es otra forma de valentia.