Fernando Vallejo

27 Feb

Fernando Vallejo nació en Medellín en 1942 y desde 1971 vive en México. Es biólogo, cineasta y escritor. Comenzó su carrera con la realización de dos cortometrajes: “Un hombre y un pueblo” (1968) y “Una vía para el desarrollo” (1969), y de tres largometrajes: “Crónica roja” (1979), “En la tormenta” (1980) y “Barrio de campeones” (1981). Comienza a publicar obras de ficción en 1985 con “Los días azules”, parte de un ciclo denominado “El río del tiempo” (1998), que incluye también “El fuego secreto” (1986), “Los caminos a Roma” (1988), “Años de indulgencia” (1989) y “Entre fantasmas” (1993). También publicó los libros “La virgen de los sicarios” (1994) [adaptado al cine, dirigido por Barbet Schoereder], “La rambla paralela” (2002), “Mi hermano el alcalde” (2004) y “El don de la vida” (2010). En 2003 ganó el Premio Rómulo Gallegos con su novela “El desbarrancadero”. Con una prosa burlona, anárquica y desacralizadora, la obra de Vallejo escapa a una clasificación rigurosa, situándose en una frontera difusa entre ficción y autobiografía. Él mismo afirma que no escribe libros sino “mamotretos” (palabra que hace referencia a un objeto grande e incómodo) y que sus frases son “chorizos de palabras”. Vallejo usa el mismo estilo de su ficción en sus libros de ensayo: “Logoi: una gramática del lenguaje literario” (1983), “La tautología darwinista y otros ensayos” (2002), “Manualito de imposturología física” (2002) y “La puta de babilonia” (2007) así como en las dos biografías de poetas que escribió “Barba Jacob, el mensajero” (1984) y “Chapolas negras” (1995) donde la investigación histórica se mezcla sin problema con las diatribas constantes del narrador-biógrafo. En Vallejo no hay géneros, sólo existe una pulsión: contar, hablar, escribir, recordar. Su escritura es un flujo sin interrupción, y en ese flujo Vallejo no tiene miedo de nada, ni de nadie, y tan sólo cree en su propia idea de lo que es literatura. Fernando Vallejo escribe desde la lucidez y desde el odio. La lucidez terrible de un pasado feliz irrecuperable y de una historia (su historia, la historia de Colombia) absurdamente violenta y sin sentido. Por eso su pesimismo: Vallejo no quiere salvar a nadie y no escribe para salvarse, para él no hay salvación posible. El odio es la fuerza motora de su escritura, un odio generoso, un odio que no perdona a nadie porque en esta historia no hay inocentes, un odio que nace quizás de la impotencia de un hombre que enfrenta con coraje la verdad. Pero seria mejor decir que él no escribe sino que lucha. Lucha contra una memoria que no se deja prender, que se escapa y que persigue de forma delirante, en zig-zag, sin seguir ninguna cronología. Como si en esa persecución fuera creando los mundos que persigue. La hacienda de su infancia, Santa Anita, y la figura de su abuela parada en la puerta esperándolo, brillan como la luz que atrae sus recuerdos hacia un centro imposible. Cada uno de sus escritos es un retorno, o mejor, un intento de retorno. Un retorno a su infancia, a su juventud, a su proceso vital (como en el ciclo de cinco textos que conforman “El río del tiempo” y también en “El desbarrancadero”: un retorno a su familia, a su hermano Darío), un retorno a su ciudad natal (especialmente en “La virgen de los sicarios”), una Medellín que ya no es, y nunca será, aquella que él guarda en su memoria. Un retorno también a su país, a Colombia – y aquí me pregunto: ¿todo su odio contra Colombia, su auto-exilio de más de cuarenta años, su renuncia a la nacionalidad, no son, antes que un rechazo, una evidencia de la forma profunda en que el país está clavado en su corazón? (dudé al colocar esta frase, no quería parecer demasiado sentimental, pero es que Vallejo es sentimental, conmovedor, cuando pequeñas alegrías consiguen aplacar un poco su odio). Vallejo puede exagerar algunas veces, puede ser él mismo una ficción, un personaje, pero con esa puesta en escena logra tocar fibras sensibles que alteran el mecanismo nacional del auto-olvido, la estrategia de la indiferencia, el fingimiento de que aquí no está pasando nada. “Colombia no tiene perdón ni tiene redención. Esto es un desastre sin remedio”. Con frases como esta la prosa de Vallejo consigue su objetivo: nadie puede quedarse indiferente. Creo que la obra de Vallejo, la potencia de su prosa torrencial, de su ritmo siempre creciente, continuará en un lugar central en la historia literaria colombiana y latinoamericana. Y en el futuro, desde el otro lado de las sombras y al lado de Bruja, su perra negra, Vallejo seguirá insultándonos por los siglos de los siglos, amén.

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